El Arpa Birmana (1956)
Birmania, Julio de 1945. Mientras la guerra agoniza y las tropas japonesas se baten en retirada por todas partes, un pequeño destacamento japonés trata de alcanzar la frontera con Tailandia. La unidad, mandada por el capitán Inoyue (Rentaro Mikuni) se encuentra en malas condiciones, pero los hombres mantienen el espíritu gracias a los cantos que Inouye les ha enseñado y al virtuosismo con el que toca el arpa birmana uno de sus hombres, el sargento Mizushima, quien se destaca por su habilidad con ese instrumento. Pocos días más tarde la compañía de Inouye es rodeada por tropas británicas y los japoneses optan por deponer las armas al ser informados de que Japón ha presentado la rendición ante los aliados. Mizushima y sus compañeros son enviados a un campo de prisioneros británico, donde se enteran de que un grupo de soldados japoneses aun resiste en una colina cercana, negándose a aceptar la rendición. Mizushima se ofrece como mediador para convencer a sus compatriotas de que no sigan resistiendo, pero fracasa en su misión y está a punto de morir por el bombardeo británico. Tras salvar la vida de milagro, Mizushima vivirá una serie de peripecias, y tras hacerse con un atuendo de monje budista, hará todo lo posible por dar sepultura a los cuerpos de sus compatriotas caidos en combate.
En 1947, el escritor japonés Michio Takeyama comenzó a publicar por entregas en una revista su novela “El Arpa Birmana”, de claro transfondo antimilitarista, y muy seguramente inspirada por el ambiente de derrota y devastación moral que se vivía en el pais nipón en los meses inmediatamente posteriores al fin de la contienda. La historia pronto despertó el interés del director Kon Ichiwaka, quien ya había adaptado para la gran pantalla algunos clásicos de la literatura japonesa, y que se encargó de hacer lo propio con el texto de Takeyama. La película se convirtió en un éxito internacional y obtuvo varios premios en festivales cinematográficos extranjeros, dando a conocer al director fuera de sus fronteras. El éxito del film animaría al propio Ichikawa a realizar una nueva versión en color del mismo en 1985, que supuso un nuevo éxito para el ya veterano realizador.
Respecto a la valoración de la película, dice el diccionario de la RAE que “maniqueísmo” es la “Tendencia a interpretar la realidad sobre la base de una valoración dicotómica”. Personalmente opino que esta definición constituye una síntesis perfecta de esta película. No puede negarse que el mensaje de tintes pacifistas y antibelicistas, materializado en el símbolo del arpa birmana como emblema de la paz, es efectivamente desarrollado tanto a nivel estético como argumental. También hay que resaltar la calidad de una excelente fotografía en B/N, y las buenas interpretaciones del elenco de actores, además de la plasticidad de muchas de las imágenes del film.
Sin embargo, cuando uno reflexiona sobre el trasfondo de la historia que nos cuenta la película lo cierto es que la bondad del mensaje superficial queda diluida por ese maniqueísmo al que hacía referencia antes. Y digo esto porque al final, el poso que queda es que los japoneses no fueron otra cosa que víctimas como los demás, y desde luego, los soldados japoneses están lejos de ser retratados de una forma realista. Excepto el fanatismo de los defensores de la colina (brevemente esbozado) no se dice nada de la brutalidad japonesa contra la población autóctona (birmana en este caso) ni se denigra la guerra imperialista emprendida por Japón para sojuzgar a todos los pueblos asiáticos. Además hay más de una escena que roza la sensiblería más empalagosa, cuando no cae directamente en ella (por ejemplo, cuando los japoneses acaban cantado a coro con sus captores británicos). Todo ello conduce a pensar que lo que subyace en el fondo del film es más un alegato catártico y auto exculpatorio antes que un auténtico mensaje universalmente antibelicista. Este aspecto “tramposo” del film, unido a algún pasaje realmente aburrido, y a las escenas poco creíbles (por sensibleras) que trufan en gran medida las partes musicales del film oscurecen en gran medida sus otras virtudes, que radican sobre todo en el aspecto visual.
En mi opinión, Ichikawa se quedó a medio camino a la hora de denunciar la actitud japonesa ante el conflicto bélico. El retrato demasiado amable que hace de los soldados japoneses le resta contundencia a la historia, al centrar el drama de la historia en una sola de las partes implicadas, obviando el sufrimiento de las otras. Aunque hay que agradecer que por una vez una producción japonesa se apartara de la justificación de la guerra, lo cierto es que este film ofrece una nueva visión manipuladora de la intervención del ejército japonés en los paises ocupados. En resumidas cuentas, la película de Ichikawa es medianamente interesante desde el punto de vista artístico pero moralmente más que discutible.
Birmania, Julio de 1945. Mientras la guerra agoniza y las tropas japonesas se baten en retirada por todas partes, un pequeño destacamento japonés trata de alcanzar la frontera con Tailandia. La unidad, mandada por el capitán Inoyue (Rentaro Mikuni) se encuentra en malas condiciones, pero los hombres mantienen el espíritu gracias a los cantos que Inouye les ha enseñado y al virtuosismo con el que toca el arpa birmana uno de sus hombres, el sargento Mizushima, quien se destaca por su habilidad con ese instrumento. Pocos días más tarde la compañía de Inouye es rodeada por tropas británicas y los japoneses optan por deponer las armas al ser informados de que Japón ha presentado la rendición ante los aliados. Mizushima y sus compañeros son enviados a un campo de prisioneros británico, donde se enteran de que un grupo de soldados japoneses aun resiste en una colina cercana, negándose a aceptar la rendición. Mizushima se ofrece como mediador para convencer a sus compatriotas de que no sigan resistiendo, pero fracasa en su misión y está a punto de morir por el bombardeo británico. Tras salvar la vida de milagro, Mizushima vivirá una serie de peripecias, y tras hacerse con un atuendo de monje budista, hará todo lo posible por dar sepultura a los cuerpos de sus compatriotas caidos en combate.
En 1947, el escritor japonés Michio Takeyama comenzó a publicar por entregas en una revista su novela “El Arpa Birmana”, de claro transfondo antimilitarista, y muy seguramente inspirada por el ambiente de derrota y devastación moral que se vivía en el pais nipón en los meses inmediatamente posteriores al fin de la contienda. La historia pronto despertó el interés del director Kon Ichiwaka, quien ya había adaptado para la gran pantalla algunos clásicos de la literatura japonesa, y que se encargó de hacer lo propio con el texto de Takeyama. La película se convirtió en un éxito internacional y obtuvo varios premios en festivales cinematográficos extranjeros, dando a conocer al director fuera de sus fronteras. El éxito del film animaría al propio Ichikawa a realizar una nueva versión en color del mismo en 1985, que supuso un nuevo éxito para el ya veterano realizador.
Respecto a la valoración de la película, dice el diccionario de la RAE que “maniqueísmo” es la “Tendencia a interpretar la realidad sobre la base de una valoración dicotómica”. Personalmente opino que esta definición constituye una síntesis perfecta de esta película. No puede negarse que el mensaje de tintes pacifistas y antibelicistas, materializado en el símbolo del arpa birmana como emblema de la paz, es efectivamente desarrollado tanto a nivel estético como argumental. También hay que resaltar la calidad de una excelente fotografía en B/N, y las buenas interpretaciones del elenco de actores, además de la plasticidad de muchas de las imágenes del film.
Sin embargo, cuando uno reflexiona sobre el trasfondo de la historia que nos cuenta la película lo cierto es que la bondad del mensaje superficial queda diluida por ese maniqueísmo al que hacía referencia antes. Y digo esto porque al final, el poso que queda es que los japoneses no fueron otra cosa que víctimas como los demás, y desde luego, los soldados japoneses están lejos de ser retratados de una forma realista. Excepto el fanatismo de los defensores de la colina (brevemente esbozado) no se dice nada de la brutalidad japonesa contra la población autóctona (birmana en este caso) ni se denigra la guerra imperialista emprendida por Japón para sojuzgar a todos los pueblos asiáticos. Además hay más de una escena que roza la sensiblería más empalagosa, cuando no cae directamente en ella (por ejemplo, cuando los japoneses acaban cantado a coro con sus captores británicos). Todo ello conduce a pensar que lo que subyace en el fondo del film es más un alegato catártico y auto exculpatorio antes que un auténtico mensaje universalmente antibelicista. Este aspecto “tramposo” del film, unido a algún pasaje realmente aburrido, y a las escenas poco creíbles (por sensibleras) que trufan en gran medida las partes musicales del film oscurecen en gran medida sus otras virtudes, que radican sobre todo en el aspecto visual.
En mi opinión, Ichikawa se quedó a medio camino a la hora de denunciar la actitud japonesa ante el conflicto bélico. El retrato demasiado amable que hace de los soldados japoneses le resta contundencia a la historia, al centrar el drama de la historia en una sola de las partes implicadas, obviando el sufrimiento de las otras. Aunque hay que agradecer que por una vez una producción japonesa se apartara de la justificación de la guerra, lo cierto es que este film ofrece una nueva visión manipuladora de la intervención del ejército japonés en los paises ocupados. En resumidas cuentas, la película de Ichikawa es medianamente interesante desde el punto de vista artístico pero moralmente más que discutible.